sábado, 1 de diciembre de 2007

yo tambien puedo


El conductor de autobús.
No puedo decir que los utilice con frecuencia. De la Facultad a mi casa y de mi casa a la Facultad tengo un cómodo recorrido en coche que apenas dura diez minutos. Sin embargo, cada vez recurro más al autobús para desplazamientos dentro de la ciudad (n.e. la ciudad es Santander). Y he de confesar que el autobús me está robando el corazón. Lo comenté hace muy pocos días en casa durante la comida: “Tengo ganas de escribir una carta pública al Ayuntamiento para felicitarle por dos de sus servicios: el de autobuses urbanos y el de parques y jardines”.
Un servicio en sí no es nada; quienes lo revalorizan son sus operarios y ejecutores. Y me llama poderosamente la atención esa actitud casi permanente de los conductores de autobuses: su paciencia, su trato amable, su pericia para sortear coches pésimamente aparcados sin expresar ni un solo signo de enfado, sus respuestas sosegadas frente a quejas airadas y casi siempre injustas de los usuarios... y la atención que prestan a las personas con alguna forma de discapacidad o de problemas, desde mamás en cochecitos de niños a turistas despistados, desde personas con problemas motóricos a personas con discapacidad intelectual que muestran dificultad para manejar sus tarjetas en las máquinas.
Quizá sea el “viaje en el autobús municipal” uno de los lugares y situaciones que mejor pueden auscultar el grado y la calidad de una convivencia ciudadana. Durante muy pocos minutos se reúnen en un espacio estrecho y frecuentemente sobrecargado pesonas de todo carácter, edad, condición, humor; con sus preocupaciones y sus alegrías; con sus intereses y desinhibiciones.
Ahí salen enseguida los malos y los buenos modales, la capacidad para atender al vecino o preocuparse de él, la ejercitación de la paciencia, la disposición a saludar o decir una frase afable, la capacidad para contribuir a crear un clima agradable. Quizá porque a mí me concierne más, he podido comprobar un incremento constante en el respeto y la atención a personas con minusvalías. Reunida gente desconocida en este microscosmos durante un corto período de tiempo, se ponen a prueba esos pequeños signos de solidaridad humana que hacen más llevadera y fácil la incomodidas de un viaje. Pues bien, es ahí donde la actitud del conductor del autobús nos etá sirviendo de ejemplo, pro ese respeto con que de forma casi generalizada atienden a quienes más necesidad de ayuda tienen.
Andaba yo con estas ideas y reflexiones cuando un día por la mañana abro el ordenador y me siento golpeado por el siguiente mensaje que llegaba de otro país:
“Quería contarles que el miércoles 18, pasadas las 16 horas, tomé el colectivo (autobús) de la línea 12, coche 28, con mi nené con síndrome de Down (salíamos de terapia física). Antes que nosotros subió una mamá con un nené discapacitado que no tenía síndrome de Down. Ambas mostramo nuestro pase libre para circular. Cuando yo se lo mostré al colectivero (conductor) me dijo:
- Qué curro (estafa, fraude) esto de los discapacitados. – Y ante mi sorpresa y mi pregunta sobre a qué se refería, agregó:
- Claro, traes a éste – y señalaba a mi hijo – para viajar gratis.
“Me sentí impotente y sólo le respondí que él no entendía nada. Quería preguntarles qué tipo de denuncia o acción legal se puede hacer al respecto. Me aconsejaron hacer la denuncia al INADI (Instituto Nacional contra la Discriminación), visité la página Web y habla más que nada sobre xenofobia.
“No quiero pasar por alto lo sucedido. La mamá del otro nené bajó enseguida (no sé si escuchó lo que pasó). Yo me sentí muy mal, no sólo por mí y por mi hijo, sino por esa mamá y ese nené. Les agradezco sugerencias”.
La historia atrajo a más, y ócas horas después aparecía este otro mensaje: “Yo llevaba a Lucas a la escuela y cuando me subí al colectivo y también mostré el pase (línea 33), el colectivero se sonrió. Le pregunté de qué se reía y me dijo que mi hijo podía viajar perfectamente y que así se funden las empresas, regalando pasajes!!!!”. Nuestra sensibilidad se rompe ante esa muestra de retorcida intransigencia.
Miren por dónde, este pequeño mundo de un viaje vivido en autobús urbano se nos convierte en termómetro que mide la temperatura de nuestra convivencia. Sin duda es un fiel reflejo del nivel de ciudadanía y de humanidad que hemos alcanzado. Para empezar, qué agradable resulta cuando el conductor, ea primera persona con la que topamos, nos atiende con solicitud y comprensión (por cierto, ¿cuántas veces le saludamos o pasamos sin más de largo?); y qué amargo cuando nos recibe con recelo y animosidad. El problema, evidentemente, no es de los conductores de autobús; es de todos nosotros cuando nos vemos frente a una persona con discapacidad intelectual: los médicos que ponemos menos interés en corregir un problema de salud porque “total, para qué”; los profesores que miramos para otro lado cuando se nos habla de incrementar nuestra creatividad y dedicación; los ciudadanos corrientes a los que nos da miedo sentarnos junto a él aunque el autobús o el avión estén llegnos y preferimos dejar vacío el asiento que está a su lado (no es invención), o los que se van de un bar cuando ven entrar un pequeño grupo, dando por supueto que no sabrán comportarse. Nos cuesta entrar en relación convivencial y franca, y nos resistimos a dejarnos acariciar por la ingenuidad y la sencillez, en permanente recelo alimentado por sabe Dios qué mitos y fábulas.
Pero no quiero concluir de forma negativa. Mi intención era destacar y agradecer el hermoso ejemplo de respeto y convivencia, sin discriminación alguna, que nos dan los conductores de autobús urbano de esta bella ciudad en que vivimos.
Comentando la discapacidad para fomentar la aceptación.
Frecuentemente los padres se convierten en expertos sobre la discapacidad de su hijo. A través de su propio proceso de aprendizaje, muchos llegan a percibir las ventajas de enseñarle a los compañeros de su hijo sobre el efecto de su discapacidad en la escuela.
Padres y profesionales han comprendido que si los compañeros entienden la discapacidad del muchacho con necesidades especiales, pueden convertirse en aliados para ayudarlo. También disminuye la probabilidad que vean las adecuaciones y el apoyo adicional que se le ofrece al alumno con discapacidad como ventajas injustas.
Una de las mejores formas de enseñarle a los niños sobre una discapacidad es conversando con ellos en la escuela. Para muchas familias, las presentaciones en el colegio son un evento anual. Algunas veces, el equipo encargado de redactar el Programa Educativo Individual (PEI) incorpora esta presentación dentro del PEI del niño. Este evento ofrece una oportunidad para: conversar sobre porque un niño puede lucir o comportarse diferente que sus compañeros de salón; señalar las múltiples similitudes con sus compañeros; ofrecer a los compañeros sugerencias para interactuar con el muchacho con n.e.
“Me he dado cuenta que los niños se comportan a la altura cuando comprenden los retos que enfrenta mi hijo,” comentó una mamá. “Cuando existe una diferencia evidente y nadie la comenta, los niños se confunden y piensan que se trata de algo ‘malo’. Cuando los niños comprenden que la discapacidad no es algo malo, solo diferente, muchos se muestran deseosos de ayudar.”
Consideraciones y sugerencias sobre cómo plantear ante los alumnos la discapacidad o problema de salud de un compañero
¿Quién propone e imparte la charla?
Probablemente sean los padres quienes deban proponer el proyecto. Debido a que son ellos quienes mejor conocen a su hijo, deberán ser quienes aborden el tema. Las escuelas y los maestros se ven obligados a tener mucho cuidado al momento de compartir información privada sobre sus alumnos. Saben que los padres tienen actitudes muy diversas sobre conversar públicamente sobre la discapacidad de su hijo. Por ejemplo, la familia de un niño con una discapacidad física evidente puede sentirse cómoda conversando sobre la discapacidad porque probablemente otras personas curiosas ya le habrán preguntado anteriormente. Sin embargo, es posible que la familia con un niño con una discapacidad menos aparente no desee atraer atención sobre la discapacidad.
Si una familia desea explicar la discapacidad de su hijo a sus compañeros, podrían contactar a la escuela o al maestro para plantear la presentación. Los padres encuentran que la mayoría de los maestros y los colegios se muestran abiertos a la idea.
Posiblemente algunos padres se sientan incómodos hablando ante el salón. En ese caso, otra persona del equipo responsable por el PEI, por ejemplo la tutora de educación especial, una enfermera, o un terapista, podría conversar con los niños. También el maestro del salón podría dirigir la conversación. Si los alumnos ya están en segunda etapa de básica o son mayores, es posible que la mejor alternativa sea traer a algún experto en discapacidad u otro profesional. Una opción para un alumno con discapacidad de mayor edad sería que él mismo diera la charla, después de ensayarla con sus padres o maestro.
Trabajar conjuntamente con el maestro y la escuela
Es importante involucrar al maestro desde temprano. Es lo correcto ya que es posible que el maestro tenga que cambiar su planificación para incorporar la charla. Algunos maestros aprovecharán la charla para iniciar otros debates en el salón y posiblemente programar sesiones similares con otras familias. Al ayudar en la planificación de la charla, el maestro podría animarse a aprender más sobre los retos específicos que enfrenta su alumno.
Si la charla va a ser impartida por alguien que no sea los padres, los padres y el presentador deberán reunirse anticipadamente para acordar el mensaje que se transmitirá.
Formas de presentar la charla
La edad de los muchachos del salón determinará el contenido, el tiempo de presentación y quien deberá presentar la información.
Si se presenta la charla ante un grupo de niños pequeños, se sugiere mantener la sesión breve y sencilla. Algunas veces surge el debate durante el “tiempo del círculo.” La mayoría de los padres recomiendan dar tiempo para las preguntas. Una madre comentó que su charla resultó más bien una sesión de preguntas y respuestas en lugar de una charla informativa sobre los detalles de la discapacidad de su hijo.
El incluir o no al niño en la presentación y en la conversación con los compañeros será una decisión familiar individual. Es posible que se le haga más incómoda su participación al muchacho a medida que va creciendo. Muchos padres que presentaron charlas informativas en los salones de preescolar y primera de básica de su hijo solicitan que otra persona haga la presentación en segunda etapa de básica y bachillerato. A medida que los muchachos crecen pueden sentirse menos cómodos con Mamá o Papá en el colegio.
Se pueden utilizar materiales de apoyo en la presentación, particularmente con niños pequeños. Una mamá utilizó un libro sobre la discapacidad para iniciar la discusión. Luego donó el libro al colegio. Otro padre ilustró la enfermedad de huesos frágiles utilizando unos espaghetis sin cocinar y un bastoncito de caramelo para comparar los huesos de su hijo con los de sus compañeros. Otra persona trajo a su hija más pequeña porque quería que la clase viera que “Yo era solo una mamá y que mi hijo tenía una hermanita, al igual que cualquier otra familia.”
Usualmente los niños se sienten fascinados por la tecnología. Si un niño con discapacidad utiliza tecnología asistiva, frecuentemente mostrando como funciona captaremos la atención del salón. Los facilitadores deberán también explicar que estos dispositivos no son juguetes y deben ser tratados con cuidado.
Los textos escritos pueden enriquecer la discusión en clase. Después de conversar con el salón, un padre escribió un artículo breve sobre la discapacidad de su hijo para el periódico del colegio. Otro hizo unas tarjetas pequeñas con la foto del niño y una descripción breve “Todo sobre mi” para repartir en el transcurso de la charla (empleándolas también en otras situaciones donde las personas conocerían a su hijo por primera vez).
Mientras que una charla “en vivo” ofrece una oportunidad inmediata para que los alumnos hagan preguntas, existen otras formas de impartir la información. A medida que los muchachos comienzan en segunda de básica y en bachillerato, con varios salones y maestros, es posible que los padres encuentren más práctico utilizar textos escritos para informar a los profesionales y a los compañeros sobre la discapacidad del alumno. Otros podrían utilizar un video corto o una presentación de láminas, si cuentan con esos recursos.